La Historia de Vida de Nicolas, Santiago y Carolina

ar | Soy Santiago, Nicolas y Carolina

Nací el 3 de diciembre, 1999

 de 31 Semanas.

 Pesé 1510(Santiago), 1490(Nicolás) y 1265(Carolina) Gramos.

 Gracias Paola Vicenzi por compartirlo!

Mi experiencia- mamá de trillizos prematuros…

Una mezcla de sensaciones…

Todavía los recuerdos frágiles, pequeñitos. Y algunas veces me pregunto si fue un sueño todo lo que nos tocó vivir. Santiago, Nicolás y Carolina llegaron al mundo luego de un muy esperado embarazo, después de sólo 31 semanas de gestación. Todos sabíamos que iba a ser un parto prematuro, pero apostábamos a llegar un poco más lejos. Sin embargo, la decisión no estaba en nuestras manos, y un viernes de diciembre a las cinco de la mañana, uno de ellos decidió que era el momento.

Ahí mismo empezaron nuestras corridas. Y aún no terminan.

Desde la semana 28 me venían inyectando corticoides para la maduración de sus pulmoncitos. Ese mismo día, tuvimos que aplicar a la madrugada la última dosis. De ahí, una ecografía urgente para conocer el estado y peso estimado de nuestros bebes. Luego, el consultorio del obstetra y la hazaña de conseguir en el menor tiempo posible un lugar con la complejidad necesaria para que pudieran nacer. El que había sido previsto anteriormente, en ese momento no tenía lugar en neonatología.

Todo esto recorriendo la ciudad con una de las bolsas fisuradas desde primera hora de la mañana. Por fin supimos adónde podíamos ir, una clínica en condiciones de recibir a tres bebitos que iban a necesitar cuidados intensivos durante no sabíamos cuanto tiempo. Luego de idas y vueltas, de perdernos en el camino (ya que no conocíamos la zona) llegamos al lugar donde a las seis de la tarde nacieron por cesárea nuestros hijos.

Recuerdo la mezcla de sensaciones: por un lado, la inmensa felicidad de convertirnos en padres; por el otro, la enorme preocupación por la salud y evolución de los chiquitos. En medio de todo, una gran confusión. Las cosas se dieron tan de repente, nada parecía ya depender de nosotros. Nuestros tan esperados bebés estaban ahora en manos de Dios y del equipo de médicos y enfermeras que iban a cuidar de ellos. También la impotencia, el sentir que era muy poco lo que podíamos hacer por ellos a pesar de cuánto los amábamos.

¿El peso, lo más importante?…

Santiago pesó 1510 gr al nacer, Nicolás 1490 gr y Carolina 1265 gr. La beba fue revisada por el neonatólogo a mi lado, en el quirófano, mi primer pensamiento al verla fue: “ que chiquita es!”. En verdad, nunca había visto un bebé tan pequeñito.
Carolina llegó a pesar un kilo durante sus primeros días de vida. Recuerdo que con mi marido rogábamos para que no bajara un gramo más. El peso se había convertido en una verdadera obsesión para nosotros. Yo preguntaba a las enfermeras y anotaba los cambios día a día, los informes a la familia se basaban en esos datos: Santiago subió 10 gr, Nicolás bajó 25, Carolina subió 20”. Qué desalentador era recibir la noticia de que habían bajado!, aunque fueran 5 gr para nosotros era preocupante. Nos tomó mucho tiempo entender que el peso no era lo más importante, tal como siempre nos explicaban.

Los primeros días…

Después de nacer sólo mi marido pudo pasar a la Unidad de Cuidados Intensivos a conocerlos, a pesar de la ansiedad de las abuelas que esperaban afuera. Yo le preguntaba todo a él, ya que sólo los había visto un momentito en el quirófano.
A dos horas de su llegada al mundo, Nicolás entró en respirador. Para mí fue una noticia terrible. Yo no entendía nada, pero “ respirador artificial” siempre me sonó a muy grave. Poco después nos avisaron que la nena también lo necesitaba. Y al día siguiente, Santiago. Estábamos desesperados.

Los médicos nos explicaban acerca de la “enfermedad de membrana hialina”, y comenzábamos a entender. De todos modos, no veíamos la hora en que pudieran respirar por sus propios medios. Eso sucedió cuatro días después y luego de dos dosis de surfactante. Lloré cuando la doctora me llamó a la habitación para avisarme que podía ir a verlos, esta vez, ya sin respirador.

Los primeros días los visitaba en silla de ruedas, luego de un embarazo múltiple, de muchos meses de reposo y recién operada, me costaba muchísimo caminar. Pero pronto descubrí que la silla me impedía acercarme más a ellos, poder tocarlos, verlos mejor. Ese fue mi mejor estímulo. Pronto empecé a dejar la silla en la entrada de la sala de Cuidados Intensivos, y enseguida pude ir desde la habitación caminando a verlos.

Los recuerdo en sus incubadoras. Uno a continuación del otro. Estaban expuestos a la luminoterapia debido a la ictericia, por eso llevaban su pañal para recién nacido (que les quedaba enorme!) abierto, y sus ojitos vendados. Las enfermeras fabricaban unos gorritos (que aún conservo) con vendas. Llevaban vías, sensores, y en fin… varios tubos y cables entraban y salían de sus incubadoras… y en el medio ellos ahí, tan pequeños y frágiles, rodeados por almohaditas formando un “nido”, descansando sobre una piel de corderito y abrigados por un nylon, para no perder calor.

Los papás también pueden ayudar…

Recuerdo la piel de la nena. Era rojiza, arrugadita, se partía de tan delgada. Todas las tardes las enfermeras me daban ampollitas con vitamina E, y yo se las pasaba por el cuerpo, a ella y a sus hermanitos. Los tres tenían características similares, pero Carolina, con su kilito apenas, era la imagen misma de la fragilidad. Ellos le llevaban 250, 300 grs. en ese momento, y era toda una diferencia. Pronto empezamos a sentir que sí podíamos hacer cosas por nuestros hijos. Los médicos y enfermeras nos enseñaron cuánto podíamos ayudarlos y ayudarnos en esta situación. Supimos que el tacto era su sentido más desarrollado, así que no dejábamos de mimarlos y acariciarlos, además de hablarles cada vez que los visitábamos. En poco tiempo aprendimos a cambiarles los pañales y a alimentarlos por sonda. También podíamos darles sus vitaminas, y a medida que iban evolucionando, sacarlos de las incubadoras y tenerlos a upa. Pasamos Navidad y Año Nuevo con nuestros bebés, los médicos y enfermeras que trabajaron esas noches.

Mi marido y yo íbamos a la clínica bien temprano por la mañana, él luego se iba a trabajar y yo me quedaba hasta la noche, momento en que el podía pasar nuevamente a ver a los bebés y volvíamos a casa. Las charlas de vuelta se centraban en la maduración del intestino de Carolina (que llevó algunas semanas, por lo cual tardó en poder tolerar la alimentación), la pequeña hemorragia cerebral de Santiago (que felizmente, ecografía tras ecografía fue reabsorbiéndose hasta desaparecer) y Nicolás (con su mameloma auricular, su eco de riñones, y etc, etc…).

¿Podré cuidarlos yo sola?…

Recuerdo la rara sensación de estar en casa sin ellos. De tenerlos y no tenerlos. Sabía que, gracias a Dios, la evolución era muy buena, que pronto iba a llegar el momento, pero no estaban con nosotros… había salido una mañana con mi panza y había regresado una semana después con las manos vacías, el contacto con nuestros hijos se limitaba a las “visitas” que les hacíamos. Todos los días, durante todo el día, pero no estaban en casa.

Eso me provocaba una sensación muy ambigua… por un lado me apenaba no estar con ellos, pero a la vez , honestamente, de esta forma me sentía más segura. Yo sabía que estaban en el mejor lugar donde podían estar. Se encontraban cuidados y atendidos. En el fondo me sentía incapaz de poder tomar esa responsabilidad. Durante muchos meses, ya teniéndolos conmigo, sentí que el mejor lugar donde podían estar era el hospital, que los médicos iban a poder cuidarlos mejor que yo. Era casi un alivio internarlos cuando estaban atravesando algún problema de salud, yo sentía que no podía, que eran demasiado frágiles, me daba miedo que cualquier cosa pudiera pasarles. Fue un día, bastante tiempo y experiencia después, en que por primera vez sentí que no había otro sitio en que pudieran estar mejor que a mi lado, que, llegado el momento, yo iba a saber qué hacer, quizás ese día me recibí de mamá.

No hacía dos meses que habían nacido y se acercaba el momento en que llegarían a casa. Empezamos los preparativos. Comprar las tres cunas, vestir los moisés que nos habían prestado (ahí durmieron durante los primeros meses, y también los usábamos para trasladarlos, en realidad, en un moisés entraban dos bebés), preparar su ropa (al llegar a casa ya usaban tamaño recién nacido, que les quedaba enorme, durante sus primeros meses usaron ropa especial, para bebés de alrededor de 1 kg de peso) y todas sus cosas.

La higiene, una obsesión…

Mi mamá me prestó una heladera que destinamos para ellos. La doctora me explicó que la mejor forma de mantener las mamaderas esterilizadas luego de hervirlas era en la heladera, compramos entonces una olla gigante sólo para esterilizar y un stock de unas quince mamaderas. Permanentemente teníamos una buena cantidad ya cargada con leche en la heladera, y un par de veces por día yo me encargaba de preparar más leche para reponer. Compramos jarritos, batidora y toda clase de utensilios nuevos, sólo para los bebes. La higiene se convirtió también en una obsesión. Durante muchísimo tiempo seguí hirviendo los chupetes cada vez que se caían al piso, y las mamaderas después de cada toma. También hervía la leche (aún cuando ya tomaban la leche entera común, pasteurizada) y el agua que iban a tomar. Usamos cantidad de desinfectantes: en aerosol, en líquido, y en cualquier otra forma posible. Yo lo único que buscaba eran etiquetas donde dijera: “ elimina el 99.9% de virus y bacterias”. Algunos familiares me miraban como si estuviera loca. Nunca me importó. Al principio sólo lavábamos la ropa con jabón blanco y utilizando enjuagues especiales. Compramos las mismas almohaditas que usaban en la clínica para que pudieran dormir de costado y elevamos las cabeceras de las cunas. En principio, restringimos muchísimo las visitas, era tal la ansiedad entre parientes y amigos por conocer a los bebés que, para poder manejarlo, le contamos del alta sólo a los más íntimos. Con el tiempo los fueron conociendo los demás. Quienes estábamos en contacto más estrecho con los bebés nos vacunamos contra la gripe, como nos aconsejaron. Todo nos parecía poco cuidado, poca higiene… llegamos a convertir la casa en una seudo sala de neonatología.

Muchos “ólogos”…

El primer año de los bebés transcurrió entre kinesiólogos (Santiago y Carolina tenían una hipertonía muy importante que fue cediendo con el tiempo y los ejercicios que me enseñaban en el hospital y hacíamos en casa), traumatólogos (la nena nació con una displasia de cadera que se corrigió luego de usar durante tres meses un arnés), neurólogos, neumonólogos, oftalmólogos, endocrinólogos y genetistas, entre otros especialistas.

Muchos “ólogos” fueron desapareciendo de nuestras vidas con el correr del tiempo,al ir madurando.

Lo que nuestros hijos nos enseñan…

Nadie que no los conozca podría creer todo esto. No si los ve revolcarse por el pasto, llenarse de barro, jugar y reírse como cualquier otro chico. Como si fueran chicos normales, como me dicen a veces… Y es que lo son. Solamente estaban un poco más apurados por llegar al mundo… Con tiempo, paciencia y la ayuda de los profesionales adecuados, las secuelas de su apuro se van superando…

Creo que lo importante es respetarlos, estimularlos sin sobreexigirles. Me cansé de escuchar historias de bebés que por poco salieron de la sala de partos caminando y diciendo “ mamá”. Todos parecen creer que sus niños son superdotados, y no está mal, la gente se siente orgullosa de sus hijos. Pero para mí lo más importante no es el “cuándo” sino el “cómo”, que alcancen sus objetivos con estímulos pero sin presión, respetando sus tiempos. De esta forma ellos van a ser felices, van a poder disfrutarlo. Cada pasito nuevo de Carolina era una gran aventura para ella, no le entraba la sonrisa en la carita al descubrir que estaba empezando a caminar. Creo que eso vale más que hacerlo «pronto».

La primera vez que tuve que llevar a uno de mis bebés a la guardia y me mandaron de vuelta a casa, casi lloro de la emoción. Empezaron a tener otitis y anginas, como todos los demás… corríamos al hospital, los revisaban, los medicaban si hacía falta y me los devolvían!!!, ya no me desespero cuando tienen un moco, como me pasaba en otra época. Hoy un catarro muchas veces es un catarro y nada más. Ningún virus espantoso se esconde detrás de el. Por mi casa ya pasó la sexta enfermedad y la rubéola, y fuimos perdiendo el miedo.

Santiago y Nicolás caminan desde los 14 meses. Carolina desde los 15.Los tres hacia los 5 o 6 meses habían alcanzado el peso de cualquier bebé de término, y todos llegaron al año alrededor de los 11 kg.

El 3 de diciembre del 2000 fue un gran día. Santiago, Nicolás y Carolina cumplieron su primer año, y también fueron bautizados. Hicimos una fiesta muy grande. Se la merecían.

Nunca voy a olvidarme de los médicos y enfermeros que lucharon junto a nosotros, que la pelearon contra las bacterias, los virus y las empresas de medicina prepaga que con su insensibilidad también matan. Nunca voy a olvidarme de quienes nos acompañaron con su afecto en nuestros peores momentos.

No importa que siempre se diga que somos nosotros, los padres, los que tenemos que enseñarles a nuestros hijos. No me va a alcanzar la vida para agradecerle a mis hijos todo lo que ellos me enseñaron a mí.

Paola Vicenzi | Autora de Tu cajita de cristal & Ya no es tiempo de excusas.

Mis Fotos!


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2 Comentarios

Carolina

No puedo parar de llorar c tu historia, tengo mellicitos y me revive todo lo q pasamos c ellos, tal cual así soy, re obsesiva

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Daiana Suarez

paola.. no puedo creer lo q leí.. es tal cual mi historia.. también tengo TRILLIZ, también dos varones y una nena.También estuvieron en neo 2 meses. También la niña estuvo más delicada q los varoncitos.. en fin muchos muchos TAMBIÉN.. GRACIAS por dejarme conocer tu historia… un abrazo inmenso y saludos a tus GUERREROS

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