La Historia de Vida de Matías y Agustina

ar | Soy Matías y Agustina

Nací el 08 de mayo, 2011

 de 27 Semanas.

 Pesé 970 y 1020 Gramos.

 Gracias Claudia Ale por compartirlo!

Todavía recuerdo cuando salimos de Halitus ya enamorados de una imagen congelada que mostraba a mis dos papas recién entraditas a mi útero. Caminar con las piernas cerradas. Guille cuidando que no tropiece con ninguna baldosa. Y a los pocos pasos mirarnos y reirnos por nuestra reacción. Atrás quedaron meses de mucha angustia e incertidumbre; de muchas charlas y silencios; de mucho llanto y risas. Siguieron la espera de un análisis de sangre que confirmó el embarazo. La Beta duplicándose y la posibilidad de mellizos o más. La emoción a flor de piel con la primer ecografía en la Silvana nos mostraba dos sacos, tan emocionada como nosotros. La ansiedad por contar nos hizo no cumplir con la cábala de los tres meses. Gritos, lágrimas, sorpresa, felicidad y los mejores deseos de la familia primero y los amigos, compañeros de trabajo y conocidos después. Hasta que llegó una pérdida y hubo que correr a la guardia y esperar con tanto miedo que aún me eriza la piel. Fuimos buscando un «están bien» y de plus volvimos con un «acá hay un varón». Mitad del misterio resuelto. Reposo; bajar un cambio con el trabajo; pensar nombres; lista de artículos a comprar; regalos que empezaban a llegar; lavar ropa; acomodar la casa; largar los postres. Mientras todo esto sucedía, develamos el sexo de la segunda papa: «es una nena». Nuevamente gritos, algarabía y más felicitaciones. Y un nuevo cimbronazo: contracciones cada vez más seguidas y llamado a Gustavo, el obstetra, el domingo 8 de mayo de 2011 alrededor de las 5, 6 de la mañana con tan sólo 27 semanas de gestación. «Uh. Qué cagada gorda. ¿En cuánto llegás a la clínica?». Fue el viaje más largo de mi vida y en el que más veces repetí una frase: «que estén bien, por favor, que estén bien». Marta, la partera, que no me conocía y que al sentir 8 de dilatación quería hacerme parir. «Pero… son mellizos y estoy de 27 semanas», dije asustada entre lágrimas. «Ay nena, rajemos a la sala de parto. Entendí 37». Y ahí empezó para mi lo que fue la mejor obra musical que haya visto. Todo un equipo danzando sin prisa pero con calma. «Mi marido, ¿dónde está mi marido'» Respuesta: «Haciendo trámites, ya va a venir»; «Marta, ¿cómo se respira? No hice curso preparto». Respuesta: «Lo estás haciendo bien. Ahora, hondo y agachate»; «Tengo miedo de la peridural. Me dan miedo las inyecciones». Respuesta: «Ya pasó mami, acostate». Guille que entra, Varán que mira a todos y da la orden de empezar y yo que temblaba como si tuviera 40 grados de fiebre pero con tanto frío como en el polo. No hubo llantos como en las películas pero sí dos neonatólogas que durante unos segundos me mostraron a dos bebés con la frase «Felicitaciones, estos son tus hijos», y las lágrimas no paraban de caer. Mati era un pitufo: chiquito y azul. Agus parecía un cachorro: toda acurrucada y arrugada». Empezó otra lucha: el día a día en neo. Eran tan chiquitos, estaban llenos de cables y tubos y para mi eran Angelina Jolie y Brad Pitt. Tiempo después pude darme cuenta del grado de inconciencia con el que pasé más de 80 días de internación de mis bebés. Nunca pensé que se podían morir; pocas veces lloré yéndolos a ver; sabía que iba a ser largo pero no me importaba porque pensaba que si en mi panza ya no podían estar, neo era el paraíso. Abrumada por tantos datos, anoté en un cuaderno lo que pasaba cada día. Y a la fuerza me hice amiga del «estable» (palabra odiada cada vez que los médicos la mencionaban pero que era una de las mejores que se podían escuchar); alcohol en gel; lactario; barbijos; transfusiones; virus interhospitalario; puff; antibióticos; análisis; el sonido del saturómetro y la puta alarma que sonaba para bien o para mal. Agus avanzaba y médicos y enfermeras decían que no se comportaba como prematura. Amalia, la enfermera que hacia magia con los masajes en la panza, tenía una frase divina «se hace la agrandadita». Mati la luchaba día a día y por suerte tuvimos a un ángel como Gloria que hacía tan bien su trabajo con ellos como con nosotros. Esa enfermera que cuando un domingo volvimos de almorzar empezó a los gritos: «No saben lo que hicimos. Contales Mati que fuimos a la plaza, Me dejó agotada de subir a tantos jueguitos». Y los dos ya mostraban su personalidad, sus gustos, sus necesidades. Conocí a profesionales de puta madre. A los mozos de la confiería que en poco tiempo ya sabían qué ibas a almorzar o merendar. A papás y mamás que pronto se transformaron en alguien a quienes necesitaba cerca. Porque cuando estás en neo, familia, amigos y conocidos se transforman en extraños, en ese turista que no te entiende de qué hablás. Ponían lo mejor pero era muy díficil poder hablar y sentirte comprendida o que entiendan el silencio. Pero estaban y lo bien que me hacían aunque quizá no lo demostré tanto. Me alegré con cada alta como si fuera la nuestra; sufría cuando alguno desmejoraba; aprendí a respetar silencios y a interpretar miradas; recurrí al humor para bajarar y dar de nuevo; y se me caía el mundo cuando un bebé no podía más. Nos fuimos un 1 de agosto frío como pocos. Casi casi como si hubieran nacido a término ya que nuestra fecha de parto era el 8. Y empezó la vida: las rutinas; el poco dormir; la casa patas para arriba; nosotros hechos un trapo de piso viejo, ojerosos y malhumorados; el caos. Y también las miradas cómplices, los mimos, el olorcito a bebé, los primeros pasos, las primeras palabras, el primer día de jardín. De repente, acá estamos: celebrando ya 4 años; aprendiendo cada día a ser mamá; haciendo equilibrismo con cada etapa; y feliz de tenerlos con nosotros. Porque costó y cuesta. Pero sepan que aún cuando pierdo la cordura bastante seguido, amo a mis hijos con alma y cuerpo, y me pellizco todos los días porque poco vale tanto como un abrazo, un beso, una caricia y un «te quiero mamá».

Mis Fotos!

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